¿Quién no ha compartido piso alguna vez? Yo he tenido la suerte de hacerlo, digo suerte porque creo que todo el mundo tiene que vivir esa experiencia al menos una vez en la vida, para saber lo que es tratar con gente de todo tipo.
La primera vez que compartí piso, hará unos cinco años, viví en un piso de estudiantes donde compartía con una chica y con un chico. La chica muy agradable, en principio, terminó por convertirse en una chica chunga, aunque chungo chungo el chico… nada más verle a la cara te transmitía inseguridad, mal rollito… hoy en día sigo pensando que tenía una tara mental o algo, porque muy normal no era, un puerco (en exceso) y un enfermo mental, no se sabía porque siempre que estaba en la sala viendo la tele le bajaba el volumen del todo… tiempo después descubrimos que se dedicaba a ver porno gay por las noches. Ante tal cúmulo de suciedad, mal estar (cerraba la puerta de la habitación por dentro por las noches) decidí irme del piso y me fui a compartir con una chica, compañera de clase (se terminó nuestra relación de amistad, supongo que demasiadas horas juntas, una pena) el piso daba asco, estaba viejo, no había por donde cogerlo y por mucho que se limpiara siempre parecía sucio. Hacía más frío dentro del piso que fuera, en la calle, será por eso que pasaba el mayor tiempo posible de callejera.
El segundo año, estuve en otro piso, con gente que no conocía de nada, ni nos conocíamos entre nosotras, era un piso alquilado por habitaciones. El pisito de estudiantes estaba muy bien, la verdad, mi habitación era lo suficientemente cómoda como para resistir nueve meses de curso, bastante cerca del centro, cerca del mar y cerca del Santa Clara (bar al que me hice socia). Éramos cuatro chicas, yo y tres más. El día de la mudanza, coincidimos todas preparando nuestras cosas, cada una llegó a una hora diferente. Estaba, cuando yo entré por la puerta, un ser raro y feo en la cocina, era una de mis compañeras, hablar con ella era someterse a un análisis continuo de todas y cada una de las palabras que dijeses. Más tarde, llego una familia entera, un padre, una madre y dos hijas… una de ellas, simpática, sonriente, alegre, habladora y la otra un tojo, seria, distante, analizando la situación, comprobando cada uno de mis movimientos… “Que sea la simpática mi compañera por favor!” (Pensé) pues no, era la otra, la seria… la cual es hoy en día una de mis mejores amigas, en cuanto se fue su familia, cambió su actitud y hoy en día es una de las personas a las que más aprecio tengo y más quiero. Y por último llegó una niña caprichosa, que hablaba raro, que tenía una voz molesta y una risa todavía más molesta y que resultó ser una desesperada del “amor”, la considerábamos una ninfómana en potencia, estaba obsesionada ( y debe estarlo todavía) con los hombres de una manera sobrenatural. Era una gente rara, quitando a mi colegui, creo que entre las dos nos hicimos la convivencia agradable y llevadera. La relación con las otras dos, por mi parte era nula, la rara era una puerca, comía con la boca abierta, no se depilaba (cosa que no me importa mientras no me deleites la vista todos los días mostrándome la mata de pelo que debía ir alimentando día tras día) hacía comida hoy para comérsela dentro de tres días, lavaba su ropa en la bañera y siempre la tenía ocupada, hacía yoga a las cuatro de la mañana en la alfombra de su habitación con la puerta abierta, con lo cual si te levantabas para ir a mear podías ser víctima de un paro cardiaco ante semejante imagen y millones de cosas más que creo que mi cerebro, para no crearme un trauma ha ido borrando autónomamente.
La otra, la ninfómana, pija repelente, obsesionada por ir más conjuntada a clase que de estudiar realmente, insoportable hasta la saciedad, niña de mamá… mamá la cual le preparaba las comidas y cenas diferentes para todos los días de la semana y se las enviaba en tupperwares SIN CONGELAR que ella muy amablemente nos guardaba en la nevera, ofreciéndonos un olor inigualable en todos los alimentos que allí se guardaba que jamás logramos quitar.
Siempre nos quedaba el Santa Clara, para poder tomarnos unas cervezas y alimentarnos de las tapas que muy amablemente nos servía Jasua para poder sobrevivir a esa pesadilla en la que nos encontrábamos viviendo. ¿Cuántas risas nos echamos hablando de las gorrinas? ¿Cuánto daríais por volver a algún día de esos en los que esperábamos a que cerrases el bar? ¿Cuántas veces echáis de menos esos momentos? Yo… todos los días.
La primera vez que compartí piso, hará unos cinco años, viví en un piso de estudiantes donde compartía con una chica y con un chico. La chica muy agradable, en principio, terminó por convertirse en una chica chunga, aunque chungo chungo el chico… nada más verle a la cara te transmitía inseguridad, mal rollito… hoy en día sigo pensando que tenía una tara mental o algo, porque muy normal no era, un puerco (en exceso) y un enfermo mental, no se sabía porque siempre que estaba en la sala viendo la tele le bajaba el volumen del todo… tiempo después descubrimos que se dedicaba a ver porno gay por las noches. Ante tal cúmulo de suciedad, mal estar (cerraba la puerta de la habitación por dentro por las noches) decidí irme del piso y me fui a compartir con una chica, compañera de clase (se terminó nuestra relación de amistad, supongo que demasiadas horas juntas, una pena) el piso daba asco, estaba viejo, no había por donde cogerlo y por mucho que se limpiara siempre parecía sucio. Hacía más frío dentro del piso que fuera, en la calle, será por eso que pasaba el mayor tiempo posible de callejera.
El segundo año, estuve en otro piso, con gente que no conocía de nada, ni nos conocíamos entre nosotras, era un piso alquilado por habitaciones. El pisito de estudiantes estaba muy bien, la verdad, mi habitación era lo suficientemente cómoda como para resistir nueve meses de curso, bastante cerca del centro, cerca del mar y cerca del Santa Clara (bar al que me hice socia). Éramos cuatro chicas, yo y tres más. El día de la mudanza, coincidimos todas preparando nuestras cosas, cada una llegó a una hora diferente. Estaba, cuando yo entré por la puerta, un ser raro y feo en la cocina, era una de mis compañeras, hablar con ella era someterse a un análisis continuo de todas y cada una de las palabras que dijeses. Más tarde, llego una familia entera, un padre, una madre y dos hijas… una de ellas, simpática, sonriente, alegre, habladora y la otra un tojo, seria, distante, analizando la situación, comprobando cada uno de mis movimientos… “Que sea la simpática mi compañera por favor!” (Pensé) pues no, era la otra, la seria… la cual es hoy en día una de mis mejores amigas, en cuanto se fue su familia, cambió su actitud y hoy en día es una de las personas a las que más aprecio tengo y más quiero. Y por último llegó una niña caprichosa, que hablaba raro, que tenía una voz molesta y una risa todavía más molesta y que resultó ser una desesperada del “amor”, la considerábamos una ninfómana en potencia, estaba obsesionada ( y debe estarlo todavía) con los hombres de una manera sobrenatural. Era una gente rara, quitando a mi colegui, creo que entre las dos nos hicimos la convivencia agradable y llevadera. La relación con las otras dos, por mi parte era nula, la rara era una puerca, comía con la boca abierta, no se depilaba (cosa que no me importa mientras no me deleites la vista todos los días mostrándome la mata de pelo que debía ir alimentando día tras día) hacía comida hoy para comérsela dentro de tres días, lavaba su ropa en la bañera y siempre la tenía ocupada, hacía yoga a las cuatro de la mañana en la alfombra de su habitación con la puerta abierta, con lo cual si te levantabas para ir a mear podías ser víctima de un paro cardiaco ante semejante imagen y millones de cosas más que creo que mi cerebro, para no crearme un trauma ha ido borrando autónomamente.
La otra, la ninfómana, pija repelente, obsesionada por ir más conjuntada a clase que de estudiar realmente, insoportable hasta la saciedad, niña de mamá… mamá la cual le preparaba las comidas y cenas diferentes para todos los días de la semana y se las enviaba en tupperwares SIN CONGELAR que ella muy amablemente nos guardaba en la nevera, ofreciéndonos un olor inigualable en todos los alimentos que allí se guardaba que jamás logramos quitar.
Siempre nos quedaba el Santa Clara, para poder tomarnos unas cervezas y alimentarnos de las tapas que muy amablemente nos servía Jasua para poder sobrevivir a esa pesadilla en la que nos encontrábamos viviendo. ¿Cuántas risas nos echamos hablando de las gorrinas? ¿Cuánto daríais por volver a algún día de esos en los que esperábamos a que cerrases el bar? ¿Cuántas veces echáis de menos esos momentos? Yo… todos los días.
1 comentario:
DIOS MIOOO QUÉ RECUERDOS!!!
Benooonnnnniaaaaaaaa!!!!
jjajajajajajajajaja
Gracias por la dedicatoria, srta. Yamabuki
I love you (a las dos)
Publicar un comentario